No es que quiera morirme, es que hay veces que reflexiono sobre la vida. Pero toda reflexión sobre la vida lleva a un final: la muerte. Así es, "la muerte la traemos en las pestañas", frase que mi madre dejó para la posteridad y que aún no sé su real significado, pero me queda claro que no debemos asustarnos al pensar que algún día vamos a morir.
Y decía, reflexionando un poco sobre el tiempo, que se mueve inexorablemente sin darnos tregua, me preguntaba yo "¿Que pasa si me muero sin viajar a Tatei Kie de nuevo?", "¿Como sabrán aquellas personas allá en la sierra que siempre quise volver?", "¿Como recupero esa parte de mi que se quedó allá arriba?'"
No volveré a sentir el viento frío de la montaña en mi rostro, ni volveré a mirar un cielo tachonado de estrellas, ya no escucharé el susurro del aire entre los arboles, ni miraré salir el sol detrás de aquellas montañas azules, y el perfume de la hierba que crece junto a la improvisada pista de aterrizaje ya no lo percibirán mis pulmones.
Ante esta reflexión, vinieron a mi mente los recuerdos, de aquellos días felices, donde no había espacio para la tristeza o la incertidumbre. Aquellos recuerdos del olor a manta y estambre, a humo de leña y de fogón. Tantas cosas tan sencillas que me enseñaron a creer que se puede ser feliz sin tener que estar en la ajetreada vida de la ciudad. Y de nuevo, la muerte se asoma sobre mis pestañas y me pregunta -¿Que vas a hacer Manuel cuando llegue tu hora de partir?- Me iré a Tatei-Kie.-le respondí-, pero si tu llegas antes, que mi cuerpo lo lleven allá.
Manuel Sepúlveda